Las Cronicas de Fede

Mi vida, que mas?

Nombre: Fede

diciembre 07, 2006

Sentidos

No deja de sorprenderme, como lo hizo en su momento el asunto de Cromagnón, los incidentes que se produjeron estos últimos días en Asunción, Paraguay. Si por un lado respeto la voluntad de un pueblo manifestándose, no puedo dejar de leer en ella un deseo de venganza, de sufrimiento ajeno. Deseo que también respeto, y es tan digno y humano como cualquier otro, pero no puedo evitar que me incomode que se identifique esta idea con la idea de justicia.

Creo firmemente en la completa inutilidad de la institución carcelaria. Cumple menos una función reformatoria que degenerativa. Y en el marco de la actualidad esta ya fue naturalizada como un castigo para redimir las faltas. Como si el sufrimiento redimiera algo.


Los hamster son malvados, las carceles estan pobladas por ellos...

Lo que particularmente me sacude en sobremanera es ver a la gente gritando justicia mientras pretenden castigo. Es la expresión actual de la ley del tallión, “yo sufrí, entonces vos sufrí también”. ¿Existe entonces un placer en el sufrimiento del otro? El sadismo en este punto es innegable.

Pueden apelarme que la cárcel cumple una función preventiva, impidiendo que el acusado vuelva a ocasionar daño. Cierto, pero esa meta se puede alcanzar de otra manera. Y me estoy refiriendo a cualquier caso, delito y situación. La cárcel no es más que un parche en el mejor de los casos. Y hasta sería más lógico que todas las condenas sean perpetuas porque nadie va a salir de ella con mejores intenciones que con las que entró.

En este último caso en particular, al igual que en Cromagnón, se juega a su vez un tema de justicia social. Es justo que el empresario en cuestión se someta a la misma justicia a la que se sometería cualquier otra persona. Y en ese sentido, más que en cualquier otro, respeto el reclamo del pueblo.

Pero demos al asunto una vuelta de rosca más. Yo creo que las transgresiones pueden ordenarse en dos grandes categorías de acuerdo a su causa. Aquellas que se producen por un grave desequilibrio psíquico en el infractor y aquellas que no. Las primeras son un tema aparte y las excluyo de este análisis. Sin duda deberán entrar en juego institución psiquiátricas y/o psicológicas (demás está decir que tampoco comparto la utilidad de las instituciones psiquiátricas como contenedoras, manicomios, internados). Las segundas, por su parte, se prestan a su vez, a un análisis más profundo.

Podemos dividir a las segundas también en dos subgrupos. Aquellas debidas a la exclusión social y aquellas que no. Voy a dar por sentado que estamos todos de acuerdo que la exclusión social es propia del sistema capitalista y que, en un análisis objetivo, el transgresor, al igual que todos nosotros, es un producto de su circunstancia, y si el sistema le enseña que su vida no vale nada, el sistema debería hacerse cargo cuando la arriesga sin más para poder formar parte del circuito capitalista. Por otro lado, encontramos a nuestro empresario, que siendo un miembro activo del sistema, delinque. Pero en realidad no está haciendo otra cosa que repetir lo que este sistema le enseñó. Lo que importa es el dinero y las mercancías, yo soy lo que soy gracias a mi dinero y mis mercancías, protejamos el dinero y las mercancías.

Como vemos, el quid de la cuestión reside en la falta de sentidos. La actualidad, tan evolucionada como parece, o al menos ostenta ser, es incapaz de brindarnos más que dos sentidos: el capitalista/consumista, y el religioso. Quizás agregaría a esta lista el sentido que alguno puede encontrar en una relación si la idealiza lo suficiente o la razón como se conoce en occidente (aunque no es tanto un sentido sino una búsqueda continua). Entonces se hace claro que con tan pocos sentidos disponibles, la gente se aferra al sentido que pudo alcanzar con todas sus fuerzas. Así lo hizo el empresario, así lo hacemos todos.

Creo que es hora de reconsiderar un poco las opciones que nos dan, o nos damos mejor dicho, porque el sistema somos nosotros mal que nos pese, en lugar de seguir buscando castigos para lo que nosotros mismos provocamos. Después de todo, la sobrepoblación de las cárceles es el menor de los problemas que esta escasez de sentidos produce.