Cine y revolución

cine y revolución
Las grandes personalidades del mundo, como un servidor, parecen funcionar en su medio como imanes, atrayendo hacia sí una variedad de personalidades de características que reflejan atisbos de la genialidad que las convoca. Quizás es por esto que conocí a Rubén Ruffo, un joven e intrépido cineasta de Villa Crespo.
Ruffo resumía su vida y obra detrás de una premisa básica: Revolución. Enseguida comprendí que Rubén no era mas cineasta que revolucionario y su revolución nacía de la trasgresión. Hacia lo instituido, hacia lo esperable. El quería sorprender. “por eso nunca quise estudiar cine” me dijo mientras filmaba su 3º comedia musical muda, el 94º film de su basta carrera artística. (si, así es, con sus escasos 19 años ya contaba con una filmografía que no tenía nada que envidiarle cuantitativamente a la de ningún director clásico). Para Ruffo la trasgresión era necesaria, y era el único camino hacia el progreso. En sus películas jamás se observan los lugares comunes del cine mundial como lo conocemos. En sus películas, casi nunca se entendía nada.
Me explicó que todo comenzó en la filmación de su primer trabajo: “Jotas”. “Jotas” era un intrincado film psicológico que desarrollaba la historia de un cuarteto de amigos bisexuales: Juan, Jimena, Jaime y Joaquina. Cada uno de ellos mantenía relaciones en secreto con 2 de los otros mientras que conllevaba una relación oficial con el tercero. Cuando Juan, el protagonista, descubre la verdad sobre el enfermo cuadrángulo amoroso, presa de una angustia y una repulsión que no puede contener, se dirige al club de polo para revelar la verdad a los demás. En la filmación de esta escena, en una toma de exteriores, merced de un descuido de la señora del 5º A del edificio que constituía el fondo del set de filmación, una maceta de 30 kg en caída libre desde su balcón aterrizó accidentalmente en el cráneo de Francisco Villalba, el interprete de Juan, terminando con su vida así como con su prometedora carrera de actuación. El incidente fue capturado por las cámaras.
Pero la cabeza de Villalba no fue la única que se abrió con el accidente. Ruffo se iluminó y mando a imprimir la escena y decidió que la película terminaría con la trágica muerte de Juan, un suceso trágico e inesperado. Como la vida misma.
La obra de Ruffo nunca retomó los rumbos tradicionales, al contrario, fue siempre creciendo en trasgresión. Planos inauditos, guiones estrafalarios, bandas sonoras incongruentes. En los festivales presentaba largometrajes de 3 minutos y cortos de 4 horas, películas que paseaban de género en género cada 10 minutos, películas corales sin actores, grandes producciones de cine catástrofe sin tomas de exteriores. Incluso presentó una vez un documental que constaba de una entrevista de 2 horas a una persona que no tuvo ninguna parte en el evento analizado, de hecho, ni siquiera sabía que había ocurrido...
Creo que no es poco lo que podemos aprender del genio de Ruffo. Es cierto que vive en la más puerca de las miserias y que nunca fue reconocido, de hecho, los trabajos que presenta ni siquiera son aceptados en los festivales. Pero no debemos menospreciar su claro mensaje. La revolución está al alcance de la mano. No es tan imposible como nos quieren hacer creer.
El problema es hacerla con gracia.