Chronicles of the past VII

Era más rubio de chico...

El Bastión de Monte Hermoso

Corrían los tempranos noventas, mi familia y la de mis primos veraneábamos en Monte Hermoso.

Hacía ya un rato que el sol había caído y el páramo de la playa se mostraba bastante desierto. Había algo de viento y estaba fresco, meterse en el mar no era una opción demasiado tentadora, de modo que con mis hermanos y mis primos decidimos construir un castillo en la arena, EL castillo.

Sabíamos que la marea estaba subiendo y el tiempo apremiaba. Nos dividimos las tareas, alternativamente trabajábamos algunos en el castillo y otros en un pozo y una muralla que, delante de él, desviarían el agua.

El castillo constaba en un frente amplio que constituía el más alto de tres montículos de arena. Éste contaba con varías ventanas y una puerta. Y dos montículos un tanto más bajos a los costados, con ventanas pero sin puertas que formaban el ala izquierda y el ala derecha del castillo.

Aún no terminábamos el pozo y la muralla cuando el mar comenzó con sus embates. Había que terminar el pozo a la brevedad, o el ingreso de agua en el mismo nos impediría hacerlo. Con arrojo, junto con mi hermano nos dispusimos acostados delante del mismo a modo de muralla humana para detener el avance del agua y ganar así tiempo para que los demás terminaran el pozo.

Finalmente lo logramos y los embates del furioso mar se vieron retenidos en nuestro pozo. Pero con el tiempo el pozo se llenó, ahora era el turno de la muralla. Construida en forma de “V” desviaría el agua del camina del castillo. ¿Pero hacia adonde? El agua desviada rodeó la muralla y atacó el castillo por los flancos. ¡El ala derecha quedó al borde del colapso!

Era un momento para la acción. Con mi primo entramos al pozo a sacar agua a baldazos y dar tiempo a mi hermano y mi otro primo de construir 2 canaletas a cada lado de la muralla que se lleven el agua lejos del castillo. Mientras, mi hermana reparaba el ala derecha.

Finalizada la obra, decidimos construir extensiones de la muralla, prolongándola hacia ambos lados, y construir un pozo al final de cada canaleta, para asegurarnos.

Estábamos contemplando orgullosos como nuestro bastión resistía estoicamente de pie y realizando de cuando en vez alguna reparación o reforzamiento en algún sector de la muralla cuando nuestras respectivas madres decretaron el fin del “día de playa”.

Habría que haber visto el sentido llanto de mi hermano que, reacio a abandonar nuestro castillo a su suerte, no quería marcharse. Por supuesto que yo tampoco, sin embargo le dije que ya habíamos hecho todo lo que podía hacerse y ahora sólo restaba esperar. Dicho esto, nos marchamos no sin mirar atrás a cada paso.

Al día siguiente, al llegar de nuevo a la playa, corrimos dejando a nuestros padres atrás hacia el sitio donde habíamos erigido nuestro castillo. ¿Y que creen? ¡Allí estaba! El pozo era una sombra del precipicio que habíamos construido nosotros el día anterior, la muralla acorazada era ahora una simple lomada, una ondulación en el terreno. El castillo perdió completamente el ala derecha y la izquierda estaba muy dañada. El agua lavó todas sus ventanas. Pero conservaba su puerta y aún se erguía desafiante frente al océano.

Saltando de alegría nos abrazamos y festejamos. Luego destruimos el castillo, no le daríamos ese gusto al mar.

Mis primos y hermanos se fueron a investigar una formación rocosa en el horizonte. Yo me quede un rato junto a los restos del castillo mirando la inmensa masa de agua que descansaba frente a mi… No parecía tan grande ahora.